Palabras del poeta, ensayista y crítico literario
venezolano Gustavo Pereira
al presentar el 13 de febrero, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, durante los festejos por la 31 Feria Internacional del Libro de La Habana, Lugares comunes y otros poemas. Antología mínima (Editorial El perro y la rana, Caracas, Venezuela, 2021), de Norberto Codina.
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Humildemente, como cabe a quien ha sopesado la naturaleza
de los misterios del hacer poético y descubre los sortilegios de la diafanidad,
nuestro amigo Norberto Codina
nombra su libro con el título de uno de los poemas que integran esta antología,
Lugares comunes. Lo hace acaso para
dejar un halo de precavida ironía en la gente grave y seria, o simplemente para
que el lector encuentre en ella una aventura espiritual de apacible complicidad
transferible. Transferible en el sentido de ser una presencia que es a la vez
otras presencias, puesto que se emprende para y por los otros en la común razón
del conmoverse. Y esta aventura se transforma en nostalgias epifanías: postales
interiores que se comparten en el idioma de las revelaciones. Se entrecruzan en
la propia existencia del poeta como en su obra desde que, tras las vivencias de
la primera infancia en su natal Caracas, las de los años posteriores en su otra
patria, Cuba, le deparaban los primeros júbilos de la triunfante revolución que
tomaban La Habana y se iniciaba un nuevo estado de espíritu en la tierra de Martí.
El discurrir sereno, reflexivo o jubiloso de esta
selección que celebra los setenta años del poeta, es también por eso, de algún
modo, un rescate de la fugacidad del tiempo que nos conforma y nos devora, junto
a la evocación de inmortales ausentes o de tempranas nostalgias del aquí y
ahora, o de reminiscencias de perennes travesías del autor por todo el mundo en
poéticas peripecias, o del amor filial (que en sendos poemas abre y cierra el
libro) o la alusión erótica, o los discretos fastos de la amistad o los
laberintos que desprendidos de los sueños pueblan el otro costado del vivir.
Tiene pues, el lector, ante sus ojos, más que un conjunto de poemas, el pequeño universo cómplice y cotidiano de un poeta persuadido de que ante toda lobreguez siempre amanecerá la pregunta universal que en su entraña –y parafraseamos aquí versos alegóricos de uno de sus poemas– acoge la sombra de un niño que se alarga tanteando, como quien roza apenas las paredes y el aire de una casa fantasmal.