El reconocido poeta y editor holguinero José Luis Serrano ofrece credenciales de narrador en esta Feria Internacional del Libro de La Habana. Reconocido por lectores e investigadores como uno de los escritores que renovó el soneto en Cuba, se presenta ante los lectores con su primera novela.
Los que han seguido su obra saben de su entrega al lenguaje y al juego de palabras y ya esperamos por este título que publica Ediciones Holguín y que se presentó en la sala Alejo Carpentier el 20 de febrero a las 10 de la mañana.
Sobre La noche de los protozoarios, su novela, me contó:
La noche de los protozoarios es un artefacto narrativo. Prefiero llamarle de esta manera, artefacto, porque no está conformado según los moldes que habitualmente se utilizan para relatar historias. Lo que sí puedo garantizarte es que se trata de un ejercicio narrativo de principio a fin, aunque algunas zonas del libro estén de alguna manera «apuntaladas» por la poesía. He tenido que deslindar espacios, he construido personajes, he realizado las operaciones necesarias para desencadenar situaciones y atmósferas totalmente inaccesibles desde la poesía.
Es una obra que se produce por la imperiosa necesidad de manejar hechos concretos. Estaba trabajando en un proyecto poético complicado y extenso («Paquidermos», libro de próxima aparición por Ediciones La Luz) y entendí que el soneto resultaba una máquina insuficiente, si lo que buscaba era explorar al ser humano en relación con sus semejantes, las interacciones que ocurren entre las personas, los laberintos del deseo, las tensiones ocasionadas por el amor y el desamor.
Todo comenzó a gestarse de manera gradual, soterrada, a partir de dos visitas a Uruguay para promocionar Los perros de Amundsen (el libro y la película homónima dirigida por Rafael de Jesús Ramírez). Montevideo posee una gravitación extraña, supongo que esto sea extensivo a cualquier ciudad en el Río de la Plata. Es como si la luz tuviera otra textura, otra densidad. «Una luz blanda y sucia», para decirlo con palabras de Ricardo Piglia.
El caso es que en Montevideo percibo mi propia vida bajo un prisma diferente. Me doy cuenta de que pequeñas perturbaciones emocionales pueden generar mudanzas catastróficas en la vida de cualquier ser humano. Supe de inmediato que en algún momento escribiría sobre aquello. Así que en cuanto regreso me pongo a organizar los apuntes y al cabo de unos meses tengo el primer borrador de «Paquidermos». Es ahí cuando me percato de que si deseaba seguir avanzando necesitaba cambiar la caja de herramientas. Y comencé a juguetear con los utensilios de la narrativa.
No soy lo que se dice un novelista, mucho menos un cuentista. Lo cual puede ser una debilidad o una fortaleza, depende de dónde pongamos el énfasis. El libro arranca con dos escritores que chatean. Es el intercambio de unos tipos atenazados por sus respectivas circunstancias. Dos borrachos que conversan en la alta noche. Desde el principio mismo los ronda el fantasma de una mujer, Delmira, que es la verdadera protagonista de la historia. No es bueno que te diga más, porque no estaría bien hacer un spoiler del artefacto, ¿verdad?
No voy a ocultarte que siento curiosidad por el modo en que será entendido el opúsculo. Ha pasado por las manos de varios amigos que, desgraciadamente, conocen el contexto que hizo posible la narración. Estos lectores no resultan del todo fiables. Saben demasiado. Ojo con algo: no estoy hablando de datos escondidos ni de punta de iceberg. El artefacto no funciona de esa manera. Me he limitado a dejar caer sobre una superficie un puñado de pequeños objetos y luego los he interconectado. Se trata de una serie de puntos que establecen un contorno. El lector ideal de La noche de los protozoarios sería aquel que consiga construir su novela a partir de los poquísimos elementos que (muy amablemente y con las mejores intenciones) he puesto a su disposición.