Una larga despedida

Cuando a fines de julio de 2019 en el equipo de La Gaceta de Cuba dimos por terminado el proceso de edición y diseño del que debió ser el número 4, no sospechábamos que sería la última vez que trabajaríamos juntos. En circunstancias normales, mes y medio después la imprenta habría concluido la impresión, la presentaríamos de inmediato en la sala «Martínez Villena», de la UNEAC, y comenzaría a distribuirse por todo el país. Pero el papel se agotó, como en 1990. En aquella ocasión la pausa inevitable duró año y medio.

De aquel número 4, convertido ahora en «especial», nos sentíamos muy satisfechos. Hicimos confluir en él las conmemoraciones de aniversarios cerrados de artistas e instituciones imprescindibles para la cultura cubana. La coincidencia de dos de ellos se debió al azar: los centenarios de Benny Moré y de Santiago Álvarez. Los textos que trataron sobre el Benny insisten, sobre todo, en su imagen, y recorren los hitos principales de su trayectoria artística y su definitiva huella en la música de todo el ámbito latinoamericano. Raúl Corrales, quien tomó fotos extraordinarias, y hasta el momento muy poco divulgadas, de Benny, fue el artista invitado.

Sobre Santiago Álvarez, el también documentalista Daniel Diez Castrillo fue entrevistado por el realizador Carlos E. León. Diez se formó dentro del equipo que filmó numerosísimos noticieros ICAIC, y en esta conversación destaca la voluntad pedagógica que caracterizó la personalidad del director de Mi amigo Fidel. Es esta, tristemente, la última colaboración de Carlitos León que publicamos. En los archivos quedó una entrevista suya al cineasta Arturo Sotto, como también un extraordinario poema de Sigfredo Ariel, entre muchos materiales valiosos.

Los otros dos aniversarios son evidencia de que la cubana comprendió, en sus primeros años, que una revolución realmente radical, profunda, debe implicar una trasformación cultural del país y, como es natural, de los ciudadanos que lo habitan. Fundados por leyes que datan, respectivamente, de marzo y de abril de 1959, el ICAIC y la Casa de las Américas celebraron durante el 2019 sus seis décadas de vida. Son instituciones que, encabezadas inicialmente por las figuras excepcionales que fueron Alfredo Guevara y Haydée Santamaría, han sido medulares para la cultura de este archipiélago y para sus relaciones con movimientos y artistas de la América Latina y el Caribe, aunque sus campos de trabajo y sus recorridos han sido muy distintos entre sí. Nos anticipamos, además, a las celebraciones por el centenario de la creadora de la Casa de las Américas con un fragmento del libro que Margaret Randall le dedicara (y que, lamentablemente, aún no ha sido publicado en Cuba).

El sábado 20 de julio de 2019, cuando ya estábamos en el proceso de diseño, falleció Roberto Fernández Retamar. Su nombre, su obra, vinculados desde su fundación a La Gaceta de Cuba, ya estaban presentes: en el homenaje que rendimos a Haydée y a la Casa de las Américas, en su cercanía con el ICAIC, por su extraordinario poema «Oyendo un disco de Benny Moré»… Jorge Fornet y Pedro Pablo Rodríguez nos entregaron sendos textos, a los que unimos una evocación mía para rendir tributo a uno de los más grandes intelectuales latinoamericanos.

En aquel julio en que dejamos listo este número, Norberto Codina y yo tampoco sospechábamos que sería la última Gacetaque haríamos. El 15 de abril del pasado año, la publicación que aún sigo llamando «nuestra» cumplió sesenta años y, para celebrarlo, hubo la esperanza de tenerla impresa. Lo retocamos para hacerlo intemporal. Entre otros detalles, suprimimos los «recientemente» de las notas que identifican a los autores y escribimos un nuevo editorial. El milagro no fue posible y las jubilaciones de Norberto y mía se hicieron efectivas, reales, semanas después. Ahora, la Feria Internacional del Libro de La Habana ha hecho posible que al fin podamos presentarla en soporte papel, que es su «estado natural».

El pesar con que escribo estas líneas tiene su fundamento mayor en La Gaceta de Cuba.La concebíamos con la convicción de que era una de las mejores revistas culturales que circulaban en el país, y de que era útil, acaso necesaria. Con frecuencia, personas que conocen de mi vínculo con la publicación me preguntan por ella. Quieren saber si existe.

Mi tristeza se hace más profunda ante el daño inconmensurable que sufre la cultura cubana no solo porque una revista desaparezca durante tres, ya casi cuatro años, sino por todo título que está dejando de imprimirse. Aquel tiempo en que, se dice, vendedores ambulantes pregonaban «Vaya, El Quijote en cuarenta quilos» está en la prehistoria, y mi imaginación no alcanza para anticipar cómo serán esos seres humanos para los que ya no será habitual el privilegio de leer (y también de palpar y de oler) un libro o una revista de papel.

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